Valeria Bula - 30 de agosto de 2011 | Las clases de Marisa Ferri de los martes y jueves ayudan a conectar con el alma
Para la mayoría de las alumnas que concurren a las clases de Marisa Ferri, directora del Estudio Olga Ferri-Enrique Lommi, de los martes y jueves a las 14.30, la danza es liberadora, les ilumina el alma y les concede felicidad infinita.
La clase, como dice Marisa, es muy heterogénea: hay desde chiquitas de cinco años hasta mayores de 70, hay mamás que van con sus hijas a tomar clase y comparten un momento único creando lazos entre madre e hija y recuerdos inolvidables que sus niñas recordarán por siempre.
Andrea de 34 años que comparte las clases con sus hijas, Agustina de 10 y Valentina de 7 dice: “La danza es un regalo para el alma y poder compartir este arte que tanto me hace bien con mis hijas es algo hermoso que me da mucha felicidad”.
Todas comparten su pasión por la danza, y es lo que las une, sin que la edad importe. Y encontraron en las clases de Marisa Ferri ese lugar donde expresarse y estar cómodas.
Desde la dirección se inculca el compañerismo y el respeto, y la valoración por saber que somos privilegiadas al poder tener la posibilidad de bailar y escuchar la bella música con la cual inspirarnos y adentrarnos en los rincones mas recónditos del alma que clama por creatividad.
Las personas que llegaron a esta clase están comprometidas consigo mismas, tomaron sus vidas en sus propias manos y encontraron que la danza las vitaliza y las inspira para lograr la mejor expresión de si mismas.
Lo aprendido en clase se puede transportar a todos los órdenes de la vida. Por ejemplo, Araceli de 20 años, estudiante de psicología, cuenta que la danza es ya parte de su vida y aprendió con ella numerosas cosas que aplica en la universidad.
"Marisa me aconseja que no haga ocho piruetas de forma desprolija sino que haga una y bien y esto lo llevo a todos los órdenes de la vida, no hacer cantidad, el hacer por hacer, sino calidad, y de a poco voy a ir sumando más y más, este concepto es fundamental”, comenta Araceli.
Las mayores de la clase coinciden en que después de buscarse internamente durante varios años, lograron conectar con su interior y realizar por fin lo que a ellas les gusta y darse el espacio para la creatividad.
“A mi la clase de ballet no me la toca nadie, la amo, me hace bien, me encanta el espíritu de lo que se aprende, mas allá de lo que tiene que ver con las posturas, lo importante es lo que trasciende en el ballet. Yo licenciada en artes y pintora, trabajo como tal diariamente pero los martes y jueves por la tarde los tengo reservados para este arte que amo”, explica Patricia de 53 años que concurre al estudio desde hace mas de dos y quien asegura que desde que comenzó a bailar creció mas de dos centímetros.
Giovanna de 70 años, agente de viaje y escritora, concurre a las clases desde hace seis meses y expresa: “la danza para mi es quitarme la vergüenza con el cuerpo, mis limitaciones y me permite liberarme. También, pude mejorar mi postura y mi actitud frente a la vida, una se cuida más, me hizo mas fuerte”.
Verlas trabajar en la clase es una delicia, cada una trata de dar lo mejor de sí, dan el máximo y disfrutan de la música y el movimiento que saben que las favorece, que les aporta oxígeno y les da en definitiva lo que el ser humano busca desde su nacimiento, la libertad.
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